Bosque Andino
En medio de montañas cubiertas de cafetales y guaduales, las abejas encuentran una abundancia floral que da lugar a una miel cálida y equilibrada. Este ecosistema, con su clima templado y altitudes entre los 1.200 y 1.800 m s.n.m., ofrece condiciones ideales para una miel aromática y ligera.

En los pliegues del bosque andino, las montañas despiertan envueltas en niebla y canto de aves. La mañana asciende por las laderas con una brisa húmeda que acaricia las hojas anchas de los yarumos y los helechos arborescentes. Bajo las copas de los árboles, la luz se filtra como un susurro dorado, dibujando figuras efímeras sobre el musgo y la tierra oscura, rica y viva.
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En este refugio de biodiversidad, los árboles frutales silvestres se mezclan con cultivos como el café, el aguacate y los cítricos, creando un mosaico de aromas y colores que cambia con las estaciones. Las flores de azahar, las orquídeas diminutas y las flores del guamo estallan en fragancias que las abejas memorizan como coordenadas secretas. Cada vuelo es una danza entre lo silvestre y lo cultivado, entre lo ancestral y lo que crece con las manos campesinas.
Las abejas, viajeras pacientes, recorren este dosel en silencio. Vuelan de flor en flor, absorbiendo néctar y esparciendo polen, mientras los árboles altos protegen con su sombra los secretos del ecosistema. En la quietud de la tarde, el bosque se transforma: la luz se vuelve líquida, y cada rincón parece contener un fragmento de historia, de vida compartida entre plantas, hongos, aves, insectos y humanos.
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Aquí, en este paisaje, nace una miel que guarda la memoria del bosque. No es solo dulce: es profunda, compleja, con notas que recuerdan la madera húmeda, los frutos del sotobosque y las flores que duran apenas un suspiro. Es la voz del bosque traducida en sabor, un eco de las montañas andinas que solo las abejas saben contar.
